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Sor María Gómez-Lechón en Misiones
Este relato de algunas experiencias vividas en Mozambique, quiere dar cuenta de lo que ha sido y es mi vida allí.
Llegué en el 2003 después de mucho desear “ir a misiones”, el sueño que al final se cumplió, con mucho ímpetu y ganas de hacer cosas. Me aconsejaron ir despacio, aprender la lengua, esperar… ese impás se me hizo eterno y muy duro. El “changana”, sus expresiones y entonaciones me costaban mucho.
Después de un periodo de conocer y aterrizar terminé en un proyecto para huérfanos de SIDA, niños con madres, abuelas o solos. Un lugar donde las familias estaban marcadas por el SIDA: niños huérfanos los con la abuela, algún familiar y hasta solos. La tragedia hacia mella en ellos sin ninguna piedad, muchos adultos que emigraban a África del Sur a trabajar en las minas, ya no no volvían vivos.
Allí, en el terreno, sin percibirlo… fuimos acogiéndolos. Sin estructura, con tan sólo una pequeña caseta que hacía de almacén para guardar la comida, y también nos resguardaba cuando llovía, en medio del campo. Nuestro centro era una vieja mafurreira, un árbol inmenso que bajo sus ramas cabíamos todos, allí empezamos a enseñar a los pequeños nociones de portugués, a socializarlos, cantar, danzar…al estilo de aquí. Empezamos a crear condiciones para cocinar, tener una pequeña huerta, rehabilitar un pozo, crías pollos… a los mayores los escolarizamos, a las madres les enseñábamos a coser; los críos, a la salida de la escuela, aprendían cestería, ganchillo… íbamos incorporando actividades y todo era una fiesta. Un ambiente de familia acogiendo a 200 críos carentes de todo, donde nosotras éramos su alivio y su esperanza en el centro de ese poblado. Con las lluvias cayeron muchas casas que rehabilitamos. De las familias murieron hermanos, hijos, maridos…, tuvimos críos muy enfermos, algunos con VIH que acompañamos en el hospital. Fue una revelación ir descubriendo lo que estas personas tienen que sufrir, lo que cuesta vivir, asumir crudamente una realidad dura sin poder casi llorar y seguir; percibir que amanecer, ver salir el sol, es un gran don. Su capacidad de rehacerse y seguir viviendo ¡es tan grande! …yo sentía ser una privilegiada por poder estar allí con ellos y echar una mano en lo que se podía, me decía “¡Dios mío! ¿habrá un lugar más propio para vivir nuestra vocación? Recuerdo a Joel, un crío que encontramos solito, estaba muerto de hambre, desnutrido después de estar unos días con nosotras y verlo devorar una mazorca, arrodillada para verle los ojitos le dije: ¿“no me das un poquito”? Pensándoselo, mordisqueando sin parar me miró, abrió la boca y colocó toda la bola que tenía masticada en su mano y me la ofreció… ¡no he visto mayor generosidad!
Después, mi destino fue Nacala, un sitio precioso al lado de la costa con la población mayoría musulmana de cultura macúa. Allí comenzamos a trabajar en una escuela primaria en el barrio de Ontupaia, en medio del campo, no sabíamos dónde habíamos aterrizado, todo eran payotas, mangueiras, árboles de cayú…, allí pusimos nuestro nido en medio del pueblo, llamadas por los Vicentinos, el Padre Eugenio.
Allí estaban también jóvenes de MISEVI totalmente entregados en múltiples actividades, escuelas, radio, pastoral, mezclados con la gente, participando a fondo de la vida del pueblo. También religiosas Pilarinas que tenían una gran casa atendiendo principalmente a niños, preescolar, formación y promoción de las madres, participando muy activamente en la Parroquia. Éramos una comunidad cristiana variada, muy bien avenida, entregada a este pueblo apoyándonos en una misión compartida donde teníamos momentos de encuentro y celebración que recuerdo con gran cariño.
En este ambiente y a la velocidad que aquí crecen las cosas, fueron creciendo nuestras actividades, creció las Escuela Primaria, surgieron las “Escolinhas” repartidas por todo el barrio, alojadas en capillas o mezquitas, trabajábamos con los jefes de los barrios y la estructura local. Juntos enfrentábamos los retos, cada uno colaboraba con lo que podía. Después surgió la Escuela Secundaria; allí donde colocábamos nuestras escuelas iban surgiendo pobladores y se iba llenando de payotas, posteriormente el Centro Comunitario…, en este momento todo ello ya lleva su andadura y funciona al máximo. La Educación Primaria con 2.400 alumnos, La Educación Secundaria con 1037 alumnos y las escolihnas con 800 críos.
He colaborado también en el programa DREAM que ha posibilitado el tratamiento y acompañamiento de los enfermos de SIDA, haciendo que sea, aquí en África, una enfermedad crónica. Un esfuerzo titánico que sigue realizándose gracias al coraje de las hermanas del “Carmelo” que fueron las promotoras y son la referencia del mismo.
Resaltaría la experiencia de la colaboración y comunión, trabajar juntos por los críos, sumar fuerzas, al lado de la gente ofreciendo aquello que podemos, estar disponibles, cercanas a sus preocupaciones participando de su vida. Una complementariedad que dio muchos frutos.
La experiencia de fraternidad vivida por encima de las diferencias culturales en comunidad, Hermanas santas que han dado todo en condiciones muy duras hasta el final.
Vivir nuestra relación con Dios y los hermanos con toda la amplitud; aquí los musulmanes son nuestros colaboradores, difícil de entender... en las escolinas una maestra musulmana puede enseñar a rezar y santiguarse, bendecir la comida…Dios UNO para todos, en perfecta armonía y comunión.
Muy enriquecedora la posibilidad de acoger a jóvenes que vinieron a colaborar durante sus vacaciones, ellos durante el año se preparaban para que su tiempo rindiera al máximo, eran una inyección de cariño y creatividad, una ilusión compartida que nos llenaba a todos.
En el 2012 interrumpí mi estancia en Mozambique y regresé a cuidar a mi MADRE que estaba muy delicada, la acompañé hasta que falleció. Agradezco a la comunidad que me lo facilitó, doy GRACIAS a Dios, es lo MEJOR que hecho en mi vida.
Ahora de nuevo regreso para Mozambique con la misma ilusión, dispuesta a colaborar y ofrecer aquello que pueda, lo demás lo dejo en manos de Dios. La Provincia de Mozambique es mi comunidad y familia, nuestra vocación, vivida allí donde nos envían, me hace experimentar el milagro de la vida diaria en medio de este pueblo tan diferente y tan profundamente querido.
No faltaron las dificultades, que quedan en el olvido, ampliamente superadas porque la necesidad de los Pobres nos reclama. Agradezco la salud y poder estar aquí de esta manera, el reencuentro con estos hermanos en Nacala ha sido una inmensa alegría. Cada día está lleno de novedad ofreciéndonos oportunidades de colaborar y confraternizar.
.¡¡¡ GRACIAS Señor!!!
Sor María Gómez-Lechón Moliner
"Tratemos bien a los pobres, pues ellos son nuestros amos y señores"