Volviendo a los orígenes

Peregrinación del Seminario Interprovincial al Berceau
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28 | 02 | 2025

“¿Habéis ido alguna vez en peregrinación a algún lugar de devoción? Muchas veces, al entrar allí, se siente uno como fuera de sí, viéndose unos de pronto elevados hasta Dios, otros llenos de devoción, impresionados ante el respeto y reverencia que se palpa en aquel lugar sagrado, y otros

Encina de San Vicente
Encina de San Vicente                          

con diversos sentimientos” (IX-4, p. 707). Así hablaba San Vicente a los Padres sobre el sentido y la importancia de las peregrinaciones. 

En este Año Jubilar en el que la Iglesia entera está llamada a ser peregrina de la esperanza, las Hermanas del Seminario Interprovincial de España hemos tenido la suerte de realizar una peregrinación en la que nos hemos encontrado con los orígenes de la Compañía. Han sido cuatro días que nos han permitido materializar y palpar algunos de los lugares vicencianos que vamos descubriendo durante este periodo de formación.

 

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Día 1: Santuario de Loyola y San Sebastián

“Ad maiorem Dei gloriam” es el lema de la Compañía de Jesús. Con esta frase, “Para mayor gloria de Dios”, San Ignacio de Loyola quiso reflejar su deseo de buscar la gloria de Dios en todo: en su vida, en sus obras, en su legado… ¿No es, acaso, lo mismo que quiso San Vicente? El Santuario de Loyola, en el municipio guipuzcoano de Azpeitia fue la primera parada de nuestra peregrinación. Además de ser un lugar con raíces vicencianas, pues allí nació la venerable Madre Justa en 1875, la relación entre la Compañía de Jesús y San Vicente de Paúl fue muy importante desde un primer momento. Recordemos cómo tras la predicación de 1617 en Folleville, San Vicente tuvo que recurrir a los jesuitas de Amiens para poder confesar a todas las personas del pueblo. Pero no sólo compartió el santo una relación pastoral con los jesuitas, sino que, en algunos aspectos, aprendió de ellos y tomó varias ideas de San Ignacio de Loyola para la Congregación de la Misión. 

Así pues, conociendo la relación entre la Compañía de Jesús y San Vicente, tuvimos la suerte de poder celebrar la Eucaristía en la Capilla de la Conversión, lugar en el que San Ignacio permaneció un año, convaleciente, mientras el Señor iba trabajando su espíritu aventurero. El jesuita que celebró la Eucaristía nos motivó en la homilía a preguntarnos cuál es nuestro centro, dónde está nuestra mirada… ¿en el servicio, en las vocaciones… o en Jesucristo? Esta celebración nos ayudó mucho a abrirnos a lo que el Señor nos tenía preparado a lo largo de este viaje. Tras la Eucaristía, recorrimos la casa-palacio y visitamos también la basílica. 

Después de comer, seguimos nuestro viaje rumbo a San Sebastián, donde las Hermanas de la antigua Casa Provincial de Aiete nos recibieron con una calurosa bienvenida. Allí nos encontramos también con Sor Carmen García, Consejera de Formación de España Norte. Tuvimos algo de tiempo para pasear por la ciudad: por el peine de los vientos, la playa de Ondarreta y la playa de la Concha. Disfrutamos de una tarde de fraternidad en la que las Hermanas nos explicaron los diferentes servicios que realizan.
Para cerrar el día, nos reunimos con toda la Comunidad y, de una manera sencilla, las Hermanas se fueron presentando y nos compartieron algunas experiencias de su vocación. Este compartir nos permitió escuchar profundos testimonios de fidelidad y entrega, en el que las Hermanas se expresaban con alegría y paz, agradecidas al Señor por tantos años de amor y servicio. Las palabras de Sor Juana Elizondo, que estuvo en esa misma casa, resumen a la perfección lo que las Hermanas nos transmitieron en ese breve pero profundo encuentro: “A nosotras nos corresponde vivir el espíritu de la Compañía con la mayor fidelidad posible” (Sesión de clausura de la Asamblea General, 22 de junio de 1991).

Día 2: Santuario de Lourdes y llegada al Berceau

El viernes por la mañana llegábamos a Lourdes. El santuario nos recibió en silencio, guardando un ambiente de recogimiento y oración que los numerosos peregrinos no rompieron en ningún momento. Al entrar por la puerta principal, nos llamó la atención la fachada de la Basílica de Notre-Dame du Rosaire, en la que descubrimos con sorpresa la puerta de la Vida y la de la Luz. Esta última nos hizo recordar el año pasado, de la Lumière, y pedir por toda la Compañía. 
Al bajar a la gruta, dedicamos también un tiempo a la oración, a realizar nuestras peticiones, a encender varias velas para que, como proponía una de las oraciones del Santuario, su luz iluminara nuestra alegría, nuestra gratitud, nuestra acción de gracias, el perdón y la misericordia del Señor. Tras ese tiempo de oración, algunas subimos al Vía Crucis, en el que nos unimos a todos los peregrinos en ese ascenso hasta la Cruz, contemplando las escenas de la Pasión. 

Después del Vía Crucis buscamos un espacio para comer. Nos sorprendió un grupo de jóvenes venidos del Norte de Francia que buscaban “fotografiar un milagro” como parte de una dinámica propuesta por sus catequistas. Rápidamente pensamos en la Medalla Milagrosa y les explicamos el origen y significado de la misma, regalándoles algunas. Se fueron muy emocionados, asegurándonos su oración por la Compañía y por las vocaciones. 
Antes de abandonar el santuario recordamos la historia de las apariciones y también a Sor Germana Raval (1837-1903), la Hija de la Caridad que acompañaba a Santa Bernardette durante las apariciones y que tanto ayudó a difundir a devoción a Nuestra Señora de Lourdes en el sureste de España.  

 Por la tarde-noche llegamos al Berceau, donde las Hermanas y los Padres Paúles nos estaban esperando. Celebramos con ellos la Eucaristía, en el oratorio de la Basílica, y compartimos la cena. ¡Ya estábamos en el Berceau, la “cuna” de San Vicente! Emocionadas, recorrimos los principales espacios y terminamos con una oración en Ranquines, en el cuarto donde el santo vio la luz. Esta oración fue una invitación a abrir la mirada, a contemplar todo lo que el Berceau transmite de la vida sencilla y humilde de este “pobre porquero”, de ese niño que le rezaba a la Virgen de la encina, de ese joven lleno de ambición que se dejó tocar por Cristo, que se dejó interpelar por la mirada de los Pobres. 

Día 3: Santuario de Notre Dame de la Buglose y el Berceau

Amanecimos el sábado, dispuestas a disfrutar de una mañana de oración marcada por la presencia de la Virgen María. Pusimos rumbo a Buglose, situada a pocos kilómetros del Berceau, para recorrer el mismo camino que siguió San Vicente en 1623 cuando, por motivo de una misión en Bordeaux, pasó por su aldea y fue, con sus familiares, en peregrinación hasta Notre Dame de Buglose. Allí, las Hermanas y el Padre Eric nos guiaron por la capilla, el lugar donde San Vicente celebró la Eucaristía, y nos mostraron la belleza de la Basílica, que contiene una serie de vidrieras que narran la aparición de la imagen de la Virgen de Buglose y que, también, contiene los relieves más antiguos que representan a las Hijas de la Caridad y a los Misioneros Paúles.  
En la Basílica comenzamos el rosario, que fuimos rezando pausadamente hasta la Capilla de los Milagros. Nos llamó la atención la gran cantidad de personas que se acercaban al lugar a rezarle a la Virgen o para recoger agua de la fuente milagrosa. 

Por la tarde, disfrutamos de un encuentro con las Hermanas, los Padres Paúles y la Familia Vicenciana que acogen y acompañan a las personas que visitan la casa natal de San Vicente. Fue un tiempo especial para compartir sobre el carisma, las necesidades actuales de los pobres y la importancia de nuestra misión en un mundo falto de fe. En medio de esas conversaciones nos resonaban las palabras del santo: “No me basta amar a Dios si mi prójimo no le ama” (XI, 553). Después de este encuentro, tuvimos un tiempo de reflexión personal en el que meditamos la Conferencia de las buenas aldeanas (del 25 de enero de 1643). Los diferentes espacios que el Berceau nos ofrecía (Ranquines, la Basílica, los jardines…) nos ayudaron a entrar de una forma distinta en el texto, a escuchar de una manera nueva esas palabras a las Hermanas con las que San Vicente quería hacerles volver a la vida sencilla, pobre, humilde y totalmente entregada a la que Dios les había llamado y a la que nos ha llamado a cada una de nosotras. 

Día 4: Vitoria

El domingo, emprendimos el viaje de regreso al Seminario. En nuestro camino de vuelta, aprovechamos para parar en la Comunidad Paul Enea de Vitoria, y compartir un tiempo con las Hermanas mayores, que nos llenaron de su cariño y ánimo. Sor Pilar Redín, Consejera de Obras Sociales se unió a nosotras en la comida. Después, en un tiempo de recreo, aprovechamos para cantarles algunas canciones. Fue especial el momento en el que, con las manos extendidas, entonamos el canto inspirado en el poema Las manos de las Hijas de la Caridad del Padre Javier Trascasa. “Señor, conoces mis manos, te han servido tantas veces. Ya sabes que están cansadas, pero se sienten alegres”. Ahí se reflejaron los años en los que cada Hermana había desgastado sus manos para servir a Cristo en los Pobres. El poco tiempo que compartimos con esta Comunidad fue un impulso para crecer en fidelidad y entrega.

¡Bendito sea Dios!

En las Conferencias de San Vicente a las Hermanas podemos leer más de trescientas veces esta expresión: ¡Bendito sea Dios! que viene a resumir el eco de nuestra experiencia en esta peregrinación a los orígenes. 

Han sido cuatro días en los que hemos disfrutado enormemente con cada Hermana de la Comunidad en dinámicas muy diferentes, viviendo y compartiendo momentos importantes, fundamentes en nuestra vocación de Hija de la Caridad. 
En un nivel más profundo, ha sido un tiempo para ahondar en los orígenes de San Vicente, de nuestro carisma, para conocer mejor nuestra vocación y cómo la Compañía es universal, pues en todo momento nos hemos sentido en casa. También ha sido, gracias a la preparación previa y a todos los momentos de oración y de intercambio que hemos ido teniendo a lo largo de la peregrinación, una oportunidad para poner en las Manos del Señor nuestra vocación y nuestra vida, viendo cómo nos llama a cada una a responder a su llamada a día de hoy, sin que el carisma pierda la fuerza y la radicalidad que movió a las primeras Hermanas y a nuestros Fundadores. 

Queremos aprovechar esta reseña para agradecer a todas las Hermanas que hemos ido encontrando en el camino, y también a las que hemos estado unidas en la distancia, vuestras oraciones. En Loyola, en Lourdes, en Ranquines y en Buglose hemos llevado con nosotras las necesidades de la Compañía y las intenciones que nos habéis ido compartiendo. Damos gracias a Dios por este inmenso regalo y le pedimos que siga bendiciéndonos para que esta peregrinación dé buenos frutos. 

Peregrinación
Peregrinación                                                    

Comunidad del Seminario Interprovincial