Virgen de la Soledad
Algunos dieron un paso al frente, como Nicodemo y José de Arimatea. Hombres débiles, como tú y yo somos débiles, que se atreven a pedir a Pilatos que les permita bajar de la cruz el cuerpo sin vida de Jesús para hacerse cargo de él, llevarlo al sepulcro y darle amorosa sepultura.
Con ellos estaba María, Madre de la esperanza paciente, que a pesar de tener el corazón desgarrado mantuvo encendida su fe. Una Madre que Jesús nos regala en el discípulo amado. Una Madre que está unida a su Hijo, cuyo silencio es oración, conexión con Dios mismo, cuya vida está en oración permanente, en unión permanente.
Contemplemos a Jesús en silencio, y escuchémosle en la oración
Santa María, Virgen de la Soledad, ayúdanos a comprender y a hacer en nuestra vida un reflejo de la vida y la muerte de Cristo, que muere para hacernos el mayor regalo posible: la entrega de la propia vida y de la salvación eterna.
Que el Espíritu nos infunda fe en el Señor que, lejos de abandonarnos, muere y se ofrece para que nos encontremos con Él en la oración y para que podamos contemplar la plenitud de su Salvación hoy y al final de todos los tiempos. Amén.
Autor del Conjunto de la Imagen:
Ramón Amadeu Grau. Barceloní.
El escultor puso a sus hijos para acompañar a María