Sor Victorina Remirez cumple 100 años
1924 - 8 de junio - 2024
Nota previa a la lectura: El equipo de Comunicando agradece el texto íntegro del escrito biográfico de Sor Victorina. Cada detalle relatado con tanto cariño hacia la Hermana, es un canto a su vida de Hija de la Caridad. Damos gracias a Dios porque ha hecho brillar la Caridad en nuestra Hermana.
Dicho esto, lamentamos no publicarlo en su totalidad por su extensión. Y, la torpeza, quizá, de hacer un resumen tan pobre.
Sor Victorina nació el día 8 de junio de 1924 en una familia cristiana de Piedramillera, en Tierra Estella, a la sombra del santuario de la Virgen de Codés.
Como la mayoría de los niños acudía a la escuela del pueblo, muy cerca de la Iglesia. Nuestra Hermana centenaria fue una de las alumnas aventajadas; en Piedramillera casi nadie era analfabeto.
Victorina, siguiendo la tradición cristiana y los ejemplos de su familia, recibió a Jesús Sacramentado por primera vez el 15 de mayo de 1931. También, en temprana edad, rezaba e invitaba a rezar el rosario. Otra devoción que iba creciendo durante toda su vida era la de visitar al Santísimo. Su amor a la Santísima Virgen fue extraordinario antes y durante de su trayectoria como Hija de la Caridad.
En el Seminario, asimiló profundamente el espíritu de los Fundadores y donde adquirió las virtudes necesarias para vivir con alegría el servicio a Jesucristo en sus hermanos necesitados. Su Directora, fue Sor Dolores Borges.
A comienzos de octubre de 1945 Sor Victorina y sus compañeras de promoción, comenzaron los ejercicios espirituales, período de discernimiento profundo antes de comenzar su servicio a los pobres allí donde fueran enviadas. Era durante esos días de reflexión cuando la Visitadora, en este caso Sor Justa Domínguez de Vidaurreta, les indicaba el lugar donde iban a vivir, en comunidad, para servicio que se les encomendara.
Sor Victorina tuvo la alegría de ser enviada al Colegio La Inmaculada de Sangüesa, en donde había disfrutado y vivido los primeros pasos de su vocación. Llegó a esta ciudad el día 20 de octubre de 1945.
Su piedad iba fortaleciendo su vida de sierva. Daba ejemplo por su actitud de piedad en la capilla.
Su vida ha sido un recorrido cargado de buenos frutos. Fueron varios los destinos donde ha ido dejando el buen olor de Cristo Servidor. En todos se le recuerda con cariño por su talante acogedor y servicial para las Hermanas y las muchas personas que han tenido la suerte de recibir sus buenos ejemplos.
El ocho de octubre de 2016 llegó a esta Comunidad del Colegio Santa Catalina Labouré de Pamplona y donde tenemos la gran suerte de celebrar sus cien años. Aquí ha continuado con su habitual actitud de atención a las necesidades de las demás. Al principio se ocupaba de dar la cena a las que no podían hacerlo por si solas. En todo tiempo ha sido muy detallista y servicial en la Comunidad, en todo lo que estaba a su alcance. Humilde y prudente, nunca habla mal de nadie. Se fija siempre en la parte positiva de cada Hermana, mostrando interés por su salud y la de sus familias. Si observa que falta una compañera, se preocupa y pregunta enseguida por si está enferma.
Fue siempre ordenada en sus cosas personales y en todo aquello que aún puede hacer.
Reza mucho por los Superiores, por la Iglesia, por los problemas del mundo y por los políticos, sin olvidar a los pobres. Todas las mañanas da un toquecito lleno de cariño a las imágenes de la Milagrosa, de San Vicente y de Santa Luisa. Su vida de Comunidad fue intensa y sigue siéndolo; se muestra atenta para estar presente en todos los actos de comunidad a los que acude con puntualidad. Cuando en una reunión no ha oído bien lo que se ha dicho, pregunta después para enterarse de los puntos tratados.
Es difícil contar en unas pocas palabras el resumen de una vida tan larga y fructífera. Hemos querido recoger unas pinceladas que puedan servirnos para dar gracias por su vida, por su fidelidad y por sus buenos ejemplos.
Sor Victorina, cuenta con las oraciones de todas nosotras y recibe nuestra más cordial felicitación unidas a tu Magníficat.
Tu Comunidad
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Fue bautizada al día siguiente, el 9 de junio, según era la costumbre en las familias y pueblos navarros. Sus padres se llamaban Benigno y Margarita. Y era todavía muy niña, cuando recibió el sacramento de la confirmación, a los dos años, el 18 de septiembre de 1926. Entonces regía la diócesis de Pamplona Monseñor Mateo Múgica Urrestarazu.
Vivió muy feliz sus años de infancia. El pueblo, aunque era relativamente pequeño, poseía una escuela que había sido fundada en el siglo XVII. Nadie era analfabeto. Casi todos los niños acudían a la escuela, que estaba en la parte alta del pueblo, muy cerca de la Iglesia. Nuestra hermana centenaria fue una de las alumnas aventajadas. Dócil a la maestra, se aplicaba para aprender muy bien las primeras letras, las tablas de multiplicar, la raíz cuadrada, las características geográficas del pueblo y su comarca, la ortografía y la caligrafía. Más tarde aprendió también los ríos, las cordilleras, las distintas provincias de España y hasta sabía distinguir sobre el mapa los continentes. No sabemos si en su casa guardaban la foto que se hacía a los niños en casi todas las escuelas, sentados en un pupitre, ante el mapa de España. La historia sagrada y el catecismo se lo enseñaba el cura del pueblo que preparaba a todos los niños para hacer la primera comunión en la fiesta de San Isidro Labrador. Ella recibió a Jesús por primera vez el 15 de mayo de 1931. También les invitaba a rezar el rosario, a hacer la visita al Santísimo, a rezar las oraciones del cristiano y a amar mucho a Jesucristo y a la Santísima Virgen. Mientras iba creciendo resultaba ser una niña muy alegre, que jugaba con todos los compañeros del pueblo a tres navíos en la mar, al marro, a la comba, a las tabas, a la pelota, al escondite, y a tantos juegos populares en aquel tiempo.
No recordamos cuantos años tenía, pero cuando el párroco del pueblo descubrió su vocación de entregarse a Dios para el servicio de los pobres, la llevó al Aspirantado del Colegio La Inmaculada de Sangüesa en donde se preparó muy bien para ser buena Hija de la Caridad. De allí partió a Madrid y fue recibida en la Compañía por Sor Justa Domínguez de Vidaurreta el 20 de octubre de 1944, en la Casa Provincial de la calle Sanjurjo, 30. En el Seminario asimiló profundamente el espíritu de los Fundadores y adquirió las virtudes necesarias para vivir con alegría el servicio a Jesucristo en sus hermanos necesitados bajo la dirección de la Directora, Sor Dolores. Esta hermana le encargó el oficio de los escapularios y además prestaba con amabilidad todos los demás servicios acostumbrados.
A comienzos de octubre de 1945 Sor Victorina y sus compañeras de promoción, comenzaron los ejercicios espirituales. Durante ellos la Visitadora, Sor Justa Domínguez de Vidaurreta, le indicó a cada una el lugar en donde iba a vivir en comunidad al servicio de los pobres. Y tuvo la alegría de ser enviada al Colegio La Inmaculada de Sangüesa, en donde había disfrutado y vivido los primeros pasos de su vocación. Llegó a esta ciudad el día 20 de octubre de 1945.
Su primer servicio fue la enseñanza, en lo que se llamaba las clases del externado del Colegio. En Sangüesa, como en otros pueblos de Navarra, todos los niños recibían la influencia educativa de las Hermanas. De pequeñitos, cuando se les consideraba párvulos, iban todos a la escuela que regentaban las Hijas de la Caridad del Hospital. Hacia los 6 o 7 años, los chicos pasaban a las escuelas públicas, con los maestros, y las chicas a esas clases del externado del Colegio. Allí continuaban con los aprendizajes de la Enseñanza Primaria de entonces. A Sor Victorina, la Hermana Sirviente le encomendó la tarea de enseñar a las más mayores en la cuarta clase. Con ellas se manifestó como ella era: responsable, entusiasta, comunicativa, recta y amable a la vez. Y no solo se preocupaba que aquellas chicas aprendieran los contenidos del programa, y de que adquirieran una buena formación cristiana. También les invitaba a considerar la posibilidad de haber sido llamadas para ser Hijas de la Caridad animándolas a responder generosamente a esa llamada.
Y cuando Sor Martina, la hermana que se ocupaba de las aspirantes fue destinada a otro lugar, a Sor Victorina le encargaron el servicio de la formación de aspirantes. Con ellas era muy cercana y a la vez exigente; servicial y acogedora; cariñosa y alegre. Su buena voz fue el motivo de que le encargaran la dirección de coro del colegio. Ella ensayaba los cantos que acompañaba al órgano su gran amiga Sor Saturnina Ollo. En las grandes fiestas y solemnidades, deleitaba a todo el colegio con los solos que interpretaba en las canciones litúrgicas. Todos los 31 de mayo, sobrecogía escuchar con su voz clara y vibrante el Adiós del cielo encanto, delicia de mi amor, Adiós, ¡Oh madre mía! ¡Adiós, ¡Adiós, adiós!
Ágil y decidida en sus movimientos, invitaba a todo el mundo a comenzar la tarea asignada a cada momento. Se la podía encontrar a la cabeza de las aspirantes que, de buena mañana se dirigían al lavadero para lavar la ropa. En el calor del verano, era una delicia refrescarse con el agua que ya estaba preparada en el pilón. Pero en invierno había que romper el hielo con la mano o algún objeto punzante. Las jóvenes que tenían más fuerza vaciaban en él los grandes valdes de agua caliente para que las que venían detrás pudieran lavar la ropa enjabonada con los trozos que bastante tiempo antes, habían modelado en el oficio de la despensa con sebo y sosa. Una vez lavada y aclarada aquella ropa, había que tenderla en el gran pasillo que unía el colegio con el lavadero. En verano, se secaba rápido; pero en invierno, las prendas quedaban en pocos segundos como un pandero. Era muy piadosa. En la capilla, su postura invitaba a orar. Y cuando en el comedor tenía que bendecir o dar gracias, o en el pasillo del recreo llegaba la hora de rezar antes de ir a la cama, motivaba la oración con mucho fervor.
En octubre de 1964 fue destinada como hermana Sirviente al Terminillo de Zaragoza que era una escuela asilo regentada por las hermanas a las afueras de Zaragoza. Precisamente a la entrada de aquella finca, el 4 de junio del lejano 1923 había caído abatido por trece disparos el Cardenal Soldevila.
Era el tiempo en que la Compañía, muy numerosa en España, unas 11.000 hermanas, decidió crear primero ocho Provincias que más tarde se convertirían en nueve. El año siguiente, 1965, fue nombrada Consejera de la Provincia de Pamplona y en el mes de julio vino al Colegio Santa Catalina Labouré, entonces Casa Provincial, como Hermana Sirviente. Esta Casa estaba constituida por la Comunidad de la Curia Provincial, la Comunidad que atendía al colegio, y la del Seminario que comenzó 19 de julio de 1965.
El Colegio acababa de ser reconocido para impartir bachillerato, con lo cual el alumnado ascendía a cerca de un millar de alumnas. La labor de Sor Victorina en este tiempo no era fácil, pero se mostró experta en una delicada, difícil y compleja misión. Era responsable de alrededor de 20 hermanas, muchas de ellas en etapa de formación que expresaban fervor, alegría, jovialidad, obediencia y compromiso. Tenía que atender también a las obras para la ampliación de edificio, de manera que pudiera albergar las dependencias del colegio; y amueblar las clases, los despachos y demás espacios necesarios.
Exigente consigo misma, atenta, detallista, se desvivía por cada hermana, estaba disponible para el profesorado y las familias de las alumnas. Desempeñó su misión con responsabilidad, acierto y entrega. Pasó el tiempo y ya el 1 de marzo de 1975 la vemos viajar a Zaragoza para ser Hermanan Sirviente en la Tienda Económica, a la sombra de la Virgen del Pilar. Iba a una Comunidad significativa en Zaragoza por la atención a todo tipo pobrezas. Allí encontró a 140 jóvenes obreras que junto a otras 50 jóvenes estudiantes formaban la Residencia de la Milagrosa. Pero la comunidad atendía también a un servicio que desde antiguo daba nombre a la casa. Cuando en Zaragoza, los miembros de las Conferencias de San Vicente de Paúl detectaban en sus parroquias familias con problemas económicos, sociales o de otro tipo, les entregaban unos vales que podían intercambiar por comida en aquella Tienda Económica. De este servicio de las hermanas se benefició muchísima gente, especialmente en los años de postguerra. Y a estas dos obras se añadían las Cantinas Escolares para posibilitar a muchos niños una comida suficiente y saludable. De los colegios públicos del casco viejo, muchos niños acudían a comer a la Cantina y después volvían a clase. Los domingos, las hermanas visitaban en sus domicilios a las familias que atendían durante la semana, para hacer un seguimiento de la situación en que vivían y completar en la medida en que podían, la respuesta que deseaban dar a las distintas situaciones que encontraban.
Por aquel entonces la Compañía pidió hermanas para apoyar la Misión en Marruecos, que formaba parte de la Provincia de Granada. Sor Victorina se ofreció voluntaria y allí fue enviada en septiembre de 1977, concretamente a CIDERA, TEMARA, MARRUECOS. Estuvo nueve años. Se trataba de una Escuela agrícola regentada por los Jesuitas. Al comienzo eran dos hermanas. Ella, que era maestra, se dedicaba a enseñar a las niñas, y la otra hermana se ocupaba de la atención sanitaria. Mas tarde se les añadió una tercera hermana.
En diciembre de 1986 la tenemos de nuevo en Zaragoza, muy cerca del Pilar. Aquella Casa llamada en otro tiempo Tienda Económica, se había transformado en la Residencia La Milagrosa. Allí estuvo treinta años.
Y el ocho de octubre de 2016 llegó a esta Comunidad del Colegio Santa Catalina Labouré de Pamplona en donde tenemos la gran suerte de celebrar sus cien años. Aquí ha continuado con su habitual actitud de atención a las necesidades de las demás. Al principio se ocupaba de dar la cena a las que no podían hacerlo por si solas. En todo tiempo ha sido muy detallista y servicial en la Comunidad, en todo lo que estaba a su alcance, como por ejemplo hace ahora, recogiendo los vasitos de medicinas. Humilde, prudente, nunca habla mal de nadie; muy cumplidora del deber; se fija siempre en la parte positiva de cada hermana, se interesa delicadamente por la salud de las hermanas y sus familias. Es muy educada en el trato. Cuando falta una hermana, enseguida pregunta a ver si está enferma. Es muy ordenada en sus cosas personales y detallista en todo lo que puede hacer. Reza mucho por los Superiores, por la Iglesia, por los problemas del mundo y por los políticos, sin olvidar a los pobres. Todas las mañanas da un toquecito lleno de cariño a las imágenes de la Milagrosa, de San Vicente y de Santa Luisa que tiene en su habitación, y a las que encuentra en el trayecto hasta la capilla. Se esmera por estar presente en todos los actos de comunidad a los que acude con puntualidad e interés. Cuando en una reunión no ha oído bien lo que se ha dicho, pregunta después para enterarse de los puntos tratados.
Es difícil contar en unas pocas palabras el resumen de una vida tan larga y fructífera. Hemos querido recoger unas pinceladas que puedan servirnos para dar gracias por su vida, por su fidelidad y por sus buenos ejemplos.
Sor Victorina, Cuenta con las oraciones de todas nosotras y recibe nuestra más cordial felicitación unidas a tu Magníficat.
Tu Comunidad:
Escrito por Maria Isabel Iribarren HC y Carmen Urrizburu HC
Homilía del Padre Julian Arana
Sor Victorina Remírez Gastón 100 años
Nos hemos reunido en esta Eucaristía, para celebrar los 100 años de Sor Victorina. 100 años de vida; para la mayoría de nosotros, es una barbaridad de tiempo. Pero para algunos no. Como cuentan algunas estadísticas, está subiendo la esperanza de vida en las personas, y no es extraño encontrar algunas personas de más de 100 años, con bastante buena salud, en nuestros pueblos y ciudades. Sin ir más lejos, entre las Hijas de la Caridad.
Una vida larga es lo que, en principio, todos deseamos; y en el A. T. se deseaba como una bendición; así dice el libro de Tobías: “Los limosneros tendrán larga vida”. Y, sobre todo, cuando llenamos esa vida de cosas importantes, la hacemos fecunda, la llenamos de Dios.
Eso le pasó a sor Victorina, que nació en Piedramillera, en Navarra el 8 de junio de 1924. Al día siguiente, por medio de las aguas del bautismo, recibió el don precioso de la fe, que fue creciendo en ella a través de la Enucaristía y la Confirmación, hasta descubrir que Dios la llamaba para algo muy importante en su vida: ser Hija de la Caridad: o lo que es lo mismo, servir a Jesucristo en las personas de los pobres.
A los 20 años, en respuesta a la llamada que el Señor le hacía, entró en el Seminario de las Hijas de la Caridad. Al año siguiente fue destinada a Sangüesa, donde pasó varios años y pronunció sus primeros votos el 1 de noviembre de 1949. Después pasó por el colegio santa Maria Reina de Zaragoza. Fue Consejera y también Hermana Sirviente de la Casa Provincial, aquí en Pamplona. Pasó 9 años en Temara (Marruecos) y luego en la Residencia la Milagrosa de Zaragoza. Llegó a santa Catalina en 2026.
En todos los destinos que has tenido en tu vida, has cumplido la voluntad de Dios. A todos ellos, te fue llevando la fuerza del Espíritu, y en todos has sabido manifestar y realizar el amor de Dios; amor, con los labios y con el corazón, con la sonrisa al niño y al anciano, con el dolor aliviado al enfermo, con el perdón y el abrazo a la Hermana de comunidad, con lluvia y con sol, en su juventud y en su madurez, a veces con sufrimiento y otras con gozo. Su vida ha sido una respuesta clara y constante al amor de Dios y a las necesidades de los pobres. Respuesta de amor afectivo y efectivo, como solía decir san Vicente, «a costa de nuestros brazos, y con el sudor de nuestra frente». Que es el amor que vale, el amor que cansa, el amor que nos desgasta y el amor que da vida.
En la fiesta del Inmaculado Corazón de María celebramos el amor maternal con el que María acompañó a su Hijo desde el nacimiento hasta la muerte. Su Hijo no era para ella, sino para cumplir el proyecto del Padre. No lo retuvo, tampoco lo dirigió. No fue fácil para María descubrir y comprender las palabras de Jesús: “¿No sabéis que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?”.
María, como sor Victorina y todos nosotros, tuvo que hacer su camino de fe para escuchar y entender a Jesús. Busca, acoge y guarda las respuestas de su Hijo. Todo este camino lo recorre María a golpe de amor, ternura y esperanza.
El corazón de María fue comparado con la tierra buena en la cual la Palabra de Dios produce el ciento por uno. Para ser discípulos amados de Jesús y acoger a María como madre espiritual necesitamos ser hombres y mujeres de corazón, como Jesús, como María. El corazón de María está siempre junto al de su Hijo, atravesado, pero latiendo al mismo ritmo. ¿Cuál es el ritmo de nuestro corazón? Dejemos que las palabras de Jesús penetren en nuestro interior para que hagan su obra en nosotros.
San Vicente daba mucha importancia a la oración, a abrirnos a la Palabra y Voluntad de Dios, para, así, vivir una vida según Dios, para ser fieles a la vocación. Tan es así, que el Papa, en el Simposio de Roma de Noviembre, citando varias veces a san Vicente, nos dijo a todos los vicencianos:
«La oración es detenerse ante Dios para estar con él, para dedicarse simplemente a Él. Esta es la oración más pura, la que deja espacio al Señor y a su alabanza. Esto es la adoración: ponerse ante del Señor, con respeto, con calma y en silencio, dándole el primer lugar, abandonándose confiados. Para pedirle después que su Espíritu venga a nosotros y dejar que nuestras cosas vayan a Él. El que adora, el que va a la fuente viva del amor no puede por menos que “contaminarse” por decirlo así. Y empieza a comportarse con los demás como el Señor hace con él: se vuelve más misericordioso, más comprensivo, más disponible, supera sus durezas rigidez y se abre a los demás».
Orando nos ponemos en presencia de Dios, viendo nuestra propia vida a partir de Él. Es entonces cuando reconocemos que, simplemente somos criaturas, y necesitamos de su ayuda para “llevar a buen término, la obra que Él comenzó en nosotros.”
La Hija de la Caridad, y con toda seguridad sor Victorina, en su encuentro diario con el Señor en la oración y en la eucaristía, a lo largo de su vida, se ha ido llenando de las actitudes de las bienaventuranzas, para poder abrir nuevos horizontes a la humanidad sufriente y dolorida, portando siempre el perdón y el amor de Dios; así, sor Victorina ha cumplido su tarea, su misión.
Damos gracias a Dios por la larga vida de sor Victorina, Hija de la Caridad. Que Dios la llene de su gracia y la bendiga. Y nuestra Madre, la Virgen María te proteja.
Oh María …