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Despedida a las Hermanas de S. Vicente de Paül de Palma
El colegio San Vicente no es tan solo un colegio forma parte de la historia de un Barrio, fue de las primeras construcciones de la zona, dio identidad a una comunidad. Sus vecinos lo han tenido siempre de referencia como lugar de escucha, de oración, de confianza porque sabían que allí siempre podían encontrar el apoyo de las hermanas arropadas por la Virgen Milagrosa y por San Vicente de Paul. Las hermanas siempre han sido ejemplo de sencillez, humildad y de esfuerzo como lo están demostrando en estos difíciles momentos. Por eso ahora nos quedamos todos un poco huérfanos: el barrio, los vecinos, las personas mayores, los alumnos, los niños, las mamás y papás, las madres vicencianas y todos esos grupos que granito a granito han ido formando.
La “xarxa” (red) del barrio se va a ver muy debilitada porque uno de sus pilares se va, pero eso sí sepan que las seguiremos hasta el infinito y más allá; las quieren sus hijas:
Las Madres Vicencianas. / Palma, 11 de mayo de 2022
Generación del 62 y del 66
Yo conocí nuestro cole cuando se entraba desde una pequeña y bonita entrada. La fachada no era igual que ahora, ni mucho menos. Las verjas estaban cubiertas de rosales que cuando estaban en flor se llenaban de rosas multicolores y olían a verdaderas rosas.
Teníamos columpios!! Y más tarde “el cuartito de la leche”. Para los de ahora sitio muy extraño. Se repartían botellas de leche, desagradable para algunas y divertido para otras.
¿Os acordais del aroma del cuartito?
A la entrada, a la izquierda, estaba el botiquín. Sor Juana tenía dos dominios, el botiquín y la cocina. Tan pronto te ponía una inyección, ahí o en tu casa, como te quitaba un diente de leche o te hacía sopa, siempre arremangada, a la navarra , hiciera frío o calor, siempre dispuesta.
Por el cole y siempre risueña Sor Matilde la fundadora, con su presencia pacífica y conciliadora como Sor Magdalena.
Yo aprendí a leer con Sor Mª Ignacia, como seguramente muchas de vosotras y en los primeros cursos también tuve a la dulce Sor Casilda y a Sor Lucía. Recuerdo su acento cántabro, potente.
En el primer piso estaba el taller de Sor Mercedes, con una enooorme mesa de corte donde ella trabajaba y como no podia faltar, su máquina de coser y las máquinas de escribir!!!!! Si, chicos y chicas, máquinas de escribir.
De arriba abajo y de abajo arriba, inspeccionándolo todo a toda velocidad. Sor Matilde, diferenciada como “la joven”. Siempre en forma. Voy, vengo, abró, cierro, ......Yo diria que era del grupo de las nerviosas, de las inquietas, como Sor Amalia.
El cole tuvo dos booms en mi tiempo, la música y el deporte, con las hermanas mediterráneas. Por un lado, L’Empordà musical bajo la batuta de Sor María Dolores, que dirigía y bailaba (nunca me lo ha dicho pero creo que le encantaba bailar, no lo podía evitar, la música era y es superior a ella). Porqué no decirlo...qué buenas éramos!! Qué bien cantábamos en coro!, dicho sea de paso es que practicábamos mucho.
Y por otro lado el debut del cole San Vicente de Paul de Cas Capiscol en el deporte escolar de la Ciudad y por la puerta grande, de la mano de Sor María. Primera vez que una entrenadora pelirroja iba con hábito!!!!
De vez en cuando nos visitaba desde Honduras Sor Felisa. Años tardé en saber que las misiones no eran tan guays como me parecían siendo niña. Una cárcel de mujres en Honduras es de todo menos guay.
Después, como madre de alumnas del cole, he estado en contacto con Sor Mª Josefa, la última hermana docente que ha estado en activo en el colegio.
A todas ellas, a las que están o ya marcharon, estoy muy agradecida.
Julia y María Dolores Jiménez.
Dedicado a las Hermanas del Colegio San Vicente de Paul de Cas Capiscol en Palma de Mallorca / Junio 2022.
En nuestros corazones se ha quedado un recuerdo muy especial de cuando los días eran largos porque el tiempo transcurría de otra manera. De cuando al comienzo y al final de la jornada sonaba la campana.
La entrada principal al colegio era a la vez el patio de las estudiantes más veteranas. Estaba todo franqueado por rosales cuidados con dedicación y esmero por Sor Matilde la mayor, cuando no estaba en la biblioteca situada en la parte más elevada del edificio. A la derecha, la Virgen Milagrosa siempre atenta; a la izquierda, unos columpios y en el centro, una escalera exterior con su buganvilia. Me viene la imagen de Sor Magdalena con la escoba en mano, barriendo.
Las niñas de Jardín de infancia, con Sor Teresa como maestra, y parvulitos accedían al colegio por la puerta más próxima al dispensario donde Sor Juana y Sor María Ignacia atendían a quien lo necesitara. Esta zona siempre con el típico olor de productos de enfermería. El patio de las más pequeñas servía también para entrenar voleibol con Sor María. Sor Matilde la pequeña no se perdía un partido. En un tiempo muy atrás, debajo de los soportales del fondo podías ver una estructura semicircular de hierro donde trepar en el tiempo del recreo.
Entre las dos puertas de acceso al colegio se encontraban el comedor y la cocina; nada más acercarte ya sabías que Sor Juana estaba entre fogones por el aroma que percibías. Cuarto y quinto de EGB, cursos cuyas tutoras eran Son Casilda y Sor Lucía, respectivamente, tenían su espacio de recreo en la terraza situada sobre esta parte del colegio. Por aquel entonces, Sor Mercedes siempre la encontrabas cosiendo en una de las salas del primer piso.
Mención especial para los ensayos del coro dirigidos por Sor María Dolores al terminar las clases del mediodía o alrededor del órgano en la capilla.
Madres Marianas. Colegio San Vicente de Paul (Palma) Eva Maria Serra Rodenas
Testimonio de María Isern de Ca's Capiscol
Desde La primera etapa de mi vida sin haber cumplido los 3 años hasta el día de hoy En mi corazón siempre está mi segundo hogar el Colegio San Vicente de Paul de C'as Capiscol con la Comunidad de Las Hermanas Vicencianas tan queridas y tan en sincronización para conseguir que todos los que formámos parte de la Comunidad alumnos/as, profesores, madres, padres , vecinos, todos sentímos su gran labor, Espiritualidad y vocación que esparcen hacia todas direcciones para el bien de todos.
No tengo espacio para escribir todos los Grandes recuerdos que me llenan de alegría pensando que con mi babero de rayas jugaba en el patio que según el curso en el que estabas ibas cambiando, desde jugar a la comba o al elástico , a mato ...
Todo era divertidísimo y por detallar una actividad que me fascinaba eran las rutas Marianas, aquellas excursiones en las que aprendí a caminar y reflexionar al mismo tiempo para meditar hasta que llegáramos a la cima de la montaña lo cual era muy satisfactorio y pleno aunque nos entraran las risas en medio de la práctica del silencio eran inigualables esas rutas.
Tantas memorias sin dejarme a nadie por ejemplo desde Sor Juana en la enfermería poniéndome la inyección o dando el pan con chocolate negro de merienda y Sor Magdalena cosiendo puntadas con amor y Sor Matilde estupenda y tan energética ,
Sor María Ignacia enseñando orden y disciplina en parvulitos y primero de EGB que grande la veía y Sor Casilda con su voz en harmonía y tranquilidad en cuarto nos enseñó que debíamos ser aplicadas y Sor Lucía siempre muy amable y clara explicando las lecciones hasta llegar a Sexto con María Francisca todo ternura y aprendizaje unido, ya en séptimo con Sor María una fase complicada pero ella me ayudó a centrarme y despertar que hay que estar en lo que estés haciendo sin distracciones.
Hasta que llegué a octavo con Sor María Dolores que me ayudó a superarme y comprender que no es imposible alcanzar la meta sí te esfuerzas y que tenemos la fuerza interior para ser mejores personas en todos los aspectos, desde las matemáticas a la vida cotidiana.
Todo lo que me enseñasteis lo agradezco de todo corazón ahora y siempre.
Es un hasta siempre porque siempre estaréis conmigo.
Gracias de aquí al infinito. / María Isern Ribas / 1969/
EL PATIO DE SAN VICENTE. Memorias de hace medio siglo.
En un lugar lejano llamado infancia, mis recuerdos y sentidos están inexorablemente ensamblados a San Vicente y a sus sores.
El color y la fragancia de las rosas del patio, con el murmullo de las madres y padres cuando venían a recogernos. Las flores de mayo en la capilla, acompañadas de aquellos cánticos primaverales que anunciaban la alegría del verano.
No olvido el olorcillo de la maderita de los lápices de colores, el de la punta de los rotuladores y el de las gomas de borrar de nata. Y el de aquellos libros estrenados a los que poníamos un forrito para que duraran muchos años y pudieran utilizarlos los hermanos más pequeños.
También quedó en mi memoria la toma de aquellas botellitas de leche gentileza del estado, unas con rótulos en rojo y otras en azul, a las que atribuíamos un sabor diferente pero que de seguro no era real.
La imagen del pan con chocolate de la merienda de las niñas que se quedaban en el comedor. La primera película en el cine Dauson, aquella de los diez mandamientos en las que el mar se partía y todas abríamos la boca con sorpresa e incredulidad.
También recuerdo a las compañeras más deportistas jugando al volei, con Sor María dando saltos y corriendo como ninguna. Estábamos orgullosas del equipo, menos cuando tenía que jugar a la comba o al elástico con alguna de ellas porque me dejaban exhausta. Claro que aquellas chanclas de madera no ayudaban lo más mínimo. Y es que además, las compis eran enérgicas con el baloncesto y con el balonmano y con todo. Uff, por no decir jugando a piso en la cera del colegio, pues aguantaban con la pierna levantada lo inconcebible.
Y siento añoranza del coro, el de las mayores y el de las pequeñas, ese coro que era el orgullo del colegio porque éramos buenas, vaya que sí, gracias a Sor María Dolores y a sus dotes musicales. Y no lo digo yo, es que ganábamos siempre. En Inca, en Porto Cristo, hasta fuimos a la radio. Dónde se nos requiriera allí nos dirigíamos asustadas y preparadas, y volvíamos gritando en el autocar, y luego… una semana de afonía plagada de felicidad.
Y nostalgia de los festivales de navidad, del viaje de la Juventudes Marianas Vicencianas, de las convivencias en la casa de Valldemossa, del fin de semana en el Santuario de Gracia y de tantas y tantas cosas que sería imposible resumir en unas páginas.
Pero seguiré un poquito más si me lo permitís rememorando algunas escenas.
Quien arrincona los pinchazos en el culete de aquellas terribles inyecciones que nos recetaba el médico, y que Sor Juana y Sor María Ignacia nos pinchaban platicando con temas que no venían al caso, mientras la jeringuilla hervía en un cacito preparado al uso, y es verdad que la sores hablaban y hablaban para despistarnos un poco, sí, pero que no servía de mucho porque el susto no nos lo quitaba nadie y encima el dolor no menguaba durante semanas y sentarse era un verdadero suplicio.
Y no olvido la imagen de Sor Juana al frente de la cocina, su delantal y su sonrisa en la boca alrededor de ellas. A Sor Matilde controlando el colegio para que todo funcionase a la perfección; por cierto algunas horas me mandaban con ella a leer, cuando me portaba mal, todo hay que decirlo, pero al final lo pasaba tanto o mejor que en clase. Y tampoco olvido a Sor Mercedes que me cosía los pompones del poncho cuando se deshilachaban y los botones del babero cuando se aflojaban y el dobladillo de la faldita plisada.
La imagen de Sor Felisa sigue aquí, porque se fue muy lejos, a atender a otros niños que también la necesitaban y a los que enviábamos alimentos en algunas campañas solidarias. Y la de Sor Lucía y su bondad y sentido del humor, la de Sor Amalia y sus lecturas que nos hacían soñar y empatizar con otras vidas, la de Sor Casilda y sus salidas a la playa y su ímpetu en todo lo que hacía.
El legado de todas ha quedado en el barrio para siempre.
Y ahora espero que en esta etapa de la vida sigan felices en su nueva morada, y descansen y disfruten, y que nunca nos borren de su memoria porque yo no puedo borrarlas de la mía.
Y es que la infancia es la etapa más importante de la vida. El lugar en el que nos hacemos personas, donde se gesta la sabiduría, la ética, los valores, el amor y la ilusión del futuro. Es el cimiento de nuestra existencia.
Y en ocasiones me asomo a aquella ventana de la niñez y vislumbro un patio lleno de rosales blancos y rojos, de sores, de amigas, de volteretas con bombachos bajo la falda azul, de trajes de comunión, de alegría, de sol.
Y descubro emocionada que ese paisaje maravilloso no es ni más ni menos que el patio de San Vicente.
FDO: Lola Garí, Carmen Tudela, Paca Fernádez, Lola Fernández, Maribel Expósito, Catina Martinez , Alicia Gómiz, Xisca Albis.