De rodillas ante el Gran Misterio

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25 | 03 | 2025

En este año de Gracia, año Jubilar, el 25 de marzo, fiesta de la Encarnación, se cumplen 383 años en que la incipiente Compañía de las Hijas de la Caridad pronunciaba sus primeros votos; daba, libremente, su SI al Señor a ejemplo de María de Nazaret. Hoy, y con voluntad de servicio a los pobres, 12.800 Hijas de la Caridad de 96 países, afirmaremos, una vez más, nuestra voluntad de seguir el ejemplo de María de Nazaret: aquella jovencita que no dudó el dar un SI a Dios para que se cumpliera su misión salvadora. Todas nos encontraremos formando parte de una cadena que ata, pero nunca agobia; una larga cadena cuyos eslabones son otras tantas respuestas afirmativas ante el Señor de la vida y de la historia.

Al hacer nuestra humilde ofrenda a Dios, que un día nos llamó para un servicio diaconal en la Iglesia, le pedimos que suscite más obreras a su mies. Las necesidades son cada día más grandes y urgentes.

Gran parte de la población mundial necesita de manos amigas que tengan voluntad de dar respuestas válidas a tantas situaciones que degradan la condición humana. Tenemos siempre las puertas abiertas a aquellas jóvenes que sientan la llamada a colocarse fraternalmente al lado de los que se orillan o son orillados… y que son muchos.

En esta fecha, la más divina de la historia, damos gracias a Dios por el “invento”. A su Hijo le diremos: Gracias. Utilizando la expresión de un librito infantil de catequesis de José Luís Cortés: “Qué bueno que viniste”. Gracias, María, por tu docilidad a la voluntad de Dios. Gracias a todas las Hijas de la caridad que nos han precedido y fortalecido con su ejemplo de entrega al servicio de los pobres en todo el mundo.

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Nos encanta recordar aquí un trozo de un bellísimo poema de San Juan de la Cruz. Este gran místico, conocido por nuestros fundadores, se valió de su vena poética para relatar, de la forma más sencilla y sublime el misterio de la presencia del Hijo de Dios entre nosotros.

 /…/ porque en todo semejante
El a ellos se haría
y se vendría con ellos,
y con ellos moraría;
y que Dios sería hombre
/…/ y que el hombre Dios sería,
y trataría con ellos,
comería y bebería;
y con ellos de continuo

El mismo se quedaría.

Nuestros fundadores, San Vicente de Paúl y Santa Luisa se Marillac, confesaban su gran devoción al Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, realidad reveladora del amor del Padre a la humanidad caída. Este gesto había de ser la ruta apostólica de los primeros sacerdotes de la Misión, como para las Hijas de la Caridad. Así hablaba a sus compañeros el 15 /11/1656:
«¿Y no vemos cómo el Padre eterno, al enviar a su Hijo a la tierra para que fuera la luz del mundo, no quiso sin embargo que apareciera más que como un niño pequeño, como uno de esos pobrecillos que vienen a pedir limosna a esta puerta?”

Santa Luisa de Marillac vivía y expresaba su admiración por el gesto amoroso del Padre, enviando a su hijo como manantial y modelo de toda caridad, no solo entre las Hermanas sino también hacia los pobres a los que habían de servir.

“Nunca Dios ha testimoniado un amor tan grande al hombre como cuando ha decidido encarnarse” (Escritos 698) 

La Santa demuestra su gran formación humana y cristiana, utilizando la palabra que considera más adecuada para engrandecer conceptos fundamentales. Escribe sobre la Encarnación del Hijo de Dios como un gran “invento” de Dios, Así lo expresaba en uno de sus escritos (núm. 776) :

 “El Hijo de Dios no se ha contentado con tomar un cuerpo humano y habitar en medio de los hombres, sino que queriendo una unión inseparable de la naturaleza divina con la naturaleza humana, ha hecho, después de la Encarnación, “el invento” admirable del Santísimo Sacramento del Altar, en el que habita continuamente la plenitud de la Divinidad en la segunda persona de la Santísima Trinidad” (Escritos 776)

Equipo de Comunicación