Cinco Sentidos y Más...
“Si, voy perdiendo el oído… pero me va bien, porque así me concentro más en la voz interior del Dios, que me ama y me espera”. (S. Genoveva Masip, Hija de la Caridad)
La cantidad de “sentidos” que hemos aprendido desde la infancia (ver, oír, oler, gustar y tocar), se van quedando raquíticos cuando hemos ido descubriendo que el Creador nos regaló unos cuantos más, con la finura que Él lo supo hacer.
Esos cinco “tradicionales” sólo dan paso a una computadora interior que ordena la manera de afinar la vista; de interpretar el sentido de cada palabra y poner precio a la mejor; de oler, a lo lejos, el camino a seguir hacia un acertado encuentro; qué veredas planeamos para seguir gustando “a qué sabe Dios, cuando sigo sus caminos”; y por último, saber tocar a la puerta de quien me necesita sin esperar a que “me toque el turno”.
Estas aplicaciones y más, nos remiten a esa sabia computadora que, regalada con amor por el Programador, va guiando todos nuestros sentidos, TODOS, con acierto o medios aciertos. Esto último es cosa nuestra porque las “mitades” las programamos nosotras/os.
Hoy, la Iglesia, como madre y maestra, nos regala el Sínodo de la Esperanza, a sabiendas de que dicha virtud no defrauda, “Spes non confundit”. Son momentos de llamada a activar todos nuestros sentidos, para hacer efectivo el Evangelio en nosotras y en nuestro entorno. Nos toca responder; es hora de examinar nuestra hoja de ruta para ver los desvíos que retardan la llegada.
Y desvíos tenemos todos. Nos toca arrodillarnos ante el Señor y confesar nuestras trampillas. Importa mucho abrir la puerta a la bondad de Dios. Ya lo escribió el sacerdote y poeta Lope de Vega:
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío?
que, a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches de invierno a oscuras?
¡Oh cuanto fueron mis entrañas duras,
pues no te oí.! ¡qué extraño desvarío!
…..
¡Cuántas veces el ángel me decía:
alma, asómate ahora a mi ventana,
verás con cuanto amor llamar porfía!
¡Y cuantas, hermosura soberana,
mañana le abriremos,
para lo mismo responder mañana!.
Y ahí estamos, dispuestas a caminar, a “peregrinar con”, a madrugar si es preciso, a cargar con nuestras alforjas llenas de miserias humanas, de heridas que necesitan vendaje y de trozos desgarrados que hay que apedazar. A la llegada encontraremos al Padre del hijo prodigo que, parece ser, tiene mala memoria… todo lo olvida “todo” en el momento del encuentro. Los dos, o todos juntos, nos sentaremos a la mesa, sorprendidos de que nuestra alforja ya no pesa. Lo esperado se ha cumplido, porque el Padre ama y espera. Valdrá la pena “para mañana no responder lo mismo".
Lo pensado y escrito, es todo gracia; y, como decía algún predicador al terminar el sermón, digo yo: “gracia que para mí y para todos deseo”. En la iglesia de mi pueblo, contestábamos “amén”.
Rosa Mendoza, Hija de la Caridad